Conoce los secretos del excapo Carlos Lehder


El libro «Vida y muerte del cartel de Medellín», escrito por el exnarcotraficante Carlos Lehder, promete desatar una verdadera tormenta política en el país en los próximos días. A lo largo de 416 páginas, el excapo decide confesar detalles desconocidos sobre cómo el dinero de la droga también corrompió la política colombiana en los años ochenta. En una revelación impactante, salpica a los expresidentes Alfonso López Michelsen y Belisario Betancur. Además, el libro hace dolorosas revelaciones sobre el crimen del exministro Rodrigo Lara Bonilla, cuenta su reunión con Tirofijo y se refiere a la relación entre Pablo Escobar y la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19.

SEMANA accedió en exclusiva al texto de Lehder, de 74 años, quien reside en Fráncfort, Alemania. Según sus propias palabras, allí vive como un ciudadano “contrito, rehabilitado, obediente de las leyes y, por fin, libre”. El excapo fue extraditado a Estados Unidos el 4 de febrero de 1987 y pagó una condena de 33 años.

En su testimonio impactante, en el capítulo ‘Comienza la guerra’, Lehder señala gravemente la entonces campaña presidencial de Alfonso López Michelsen, candidato del Partido Liberal en 1982. Lo acusa de haber recibido dinero de Pablo Escobar, jefe del cartel de Medellín, y de otros seis narcotraficantes. Según el relato de Lehder, cada uno aportó 100,000 dólares de la época destinados al dirigente político que en ese momento competía por la presidencia con Luis Carlos Galán, del Nuevo Liberalismo, y Belisario Betancur, del Partido Conservador.

Este respaldo se entregó, según Lehder, como parte de una estrategia para evitar que se diera vía libre a la temida extradición. Lehder cuenta que, en esos años, Escobar «ya había logrado sobornar a políticos de alto vuelo en Antioquia, los cuales respaldaban la campaña presidencial de Alfonso López Michelsen, quien había sido el antecesor de Turbay (1974-1978) y quería repetir. A su vez, era hijo de Alfonso López Pumarejo, quien había sido presidente de Colombia en dos oportunidades: 1934-1938 y 1942-1945″.


En su relato, el exnarcotraficante detalla una referencia de Pablo Escobar sobre López Michelsen. «En una reunión en su también legendaria hacienda Nápoles, Pablo dijo que López no había hablado mal de los narcos hasta ese momento. Y recordó la llamada ‘ventanilla siniestra’, oficina del Banco de la República, banco central de Colombia, que durante su gobierno compraba dólares a manos llenas y sin indagar por su origen».

En su relato, el exnarcotraficante narra una reunión en la suite donde Pablo Escobar envió un mensaje al entonces senador liberal Alberto Santofimio, invitándolo a su hacienda Nápoles, con miras a definir los apoyos para la campaña presidencial y al Congreso en 1982. «Su intención era que todos nos comprometiéramos con grandes donaciones de dinero a la campaña de Alfonso López Michelsen y a los candidatos del Partido Liberal en nuestras regiones. Estaba presente Gonzalo Rodríguez Gacha, el Mexicano».

Sin embargo, en el caso de Rodríguez Gacha, hubo una novedad. Así lo reporta Lehder: «Conservador de cuna, Rodríguez Gacha fue claro en que sus contactos estaban en el partido opositor, y que sería en esas filas donde aterrizarían sus apoyos. Con plena seguridad nos aseguró que el candidato del Partido Conservador, Belisario Betancur Cuartas, le había confirmado personalmente a un abogado suyo que, de ganar, él no tenía intención alguna de extraditar ciudadanos colombianos a Estados Unidos».

El día anterior, según el relato de Lehder, Pablo Escobar había convocado a una reunión en su oficina a la que asistieron seis capos: Jorge Luis Ochoa, Gustavo Gaviria, Pablo Correa, Alonso Cárdenas, Rodrigo Murillo y el Mexicano. «(Escobar) Sugirió que, inicialmente, cada uno donara cien mil dólares; todos aceptamos la cifra. Pablo se arrogó la labor de entregar el paquete de dólares y cheques en pesos a la campaña liberal», relata Lehder en su libro.

Cuando se produjo el encuentro, dice el texto, los narcos entraron a la suite y esperaron la llegada de los líderes políticos. «Desorganizadamente, uno de ellos entró con cuatro reinas de belleza. Las presentó y acto seguido pasó a exponer la agenda del Partido Liberal. Las reinas no duraron mucho en el salón».


Lehder relata que López Michelsen llegó al lugar: “Poco a poco fueron llegando figuras de la política local, hasta que por fin ingresó el candidato. Un López que se veía entrado en años. Todos lo saludamos respetuosamente y nos sentamos a escuchar su opinión sobre la ley de extradición. Manifestó que, por ahora, el nuevo tratado se mantendría bajo estudio y no creía que se fuera a aplicar pronto”.

En su testimonio, Lehder habla de cómo fue la entrega del dinero de los narcotraficantes, unos 800.000 dólares de la época, al entonces candidato presidencial del Partido Liberal. “Pablo se refirió a la donación que íbamos a entregarle y le dijo que el apoyo seguiría. López habló con uno de sus asistentes, quien procedió, junto con Federico Estrada Vélez, a reunirse con Pablo. Después de cruzar unas pocas palabras, Pablo le entregó el paquete a un asistente del candidato, que resultó ser Diego Londoño White, uno de los jefes de la campaña en Medellín. El candidato López se despidió y se marchó con sus asesores, entre los cuales también se encontraba Santiago Londoño White, hermano de Diego, al lado de Ernesto Samper Pizano, coordinador nacional de la campaña presidencial”.


Escobar, furioso Días después de esa discreta cita en la suite del Intercontinental en Medellín, Pablo Escobar estalló de la ira y se sintió traicionado, según Lehder. “Un alterado Pablo Escobar me llamó por teléfono: —Venga, Carlos, necesito su ayuda; estos malparidos políticos ya nos traicionaron”. Lehder relata que Escobar le mostró un artículo de prensa en el que la campaña de López advertía que extraditaría a los narcotraficantes.


Lehder recuerda lo que le dijo Escobar: “Carlos, esto no se puede quedar así, ellos no saben con quién se están metiendo. Nos batanearon los ochocientos mil dólares y ahora se burlan de mí; conmigo no se juega. ¡Haga algo, Carlos!”. Escobar, según Lehder, le ordenó convocar a una rueda de prensa. El excapo, que tiene nacionalidad alemana, dio a conocer el respaldo de dichos narcos al “político bogotano”.

Dije que comerciantes legítimos habíamos acordado una reunión aquí mismo con el candidato presidencial Alfonso López Michelsen y su comitiva, con el fin de exponer nuestras preocupaciones y entregar personalmente una donación equivalente a ochocientos mil dólares. Acto seguido, expresé nuestro desconcierto por la declaración favorable a la extradición”, dice Lehder en su libro. “Todos los periódicos registraron la rueda de prensa. Pablo, al día siguiente, con un ejemplar de El Tiempo, saltaba de la dicha. Y eso que pocas cosas lo hacían dichoso”. Lehder, además, cuenta que el Mexicano le dio un millón de dólares al Partido Conservador para esas elecciones de 1982. “En el Partido Conservador estaban muy satisfechos con la revelación de la reunión. Rodríguez Gacha dijo haber donado, por su parte, junto con otros narcos de Cundinamarca, casi un millón de dólares a ese partido”.


Asimismo, el incidente con López Michelsen habría quedado resuelto. “No tardó López en enviar a Diego Londoño White a excusarse con Pablo y a ponerse a su disposición”.

Al final, Belisario Betancur ganó las elecciones presidenciales. “En el cartel, el ganador fue el Mexicano, quien repetía jubiloso, una y otra vez, que el ahora presidente Belisario Betancur había dicho que no visitaría Washington mientras él fuera presidente de la república. Para nosotros era una sólida y tranquilizadora señal de que el tratado de extradición no se implementaría durante su gobierno. Cuánta ingenuidad”.

Lehder revela otra referencia de Pablo Escobar acerca de Alfonso López Michelsen, en momentos en que los narcos estaban angustiados por la posibilidad de ser extraditados hacia Estados Unidos. Corría el año de 1983 y con la llegada del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, calificado por Lehder como el “policía número uno de la Nación”, había revivido el fantasma de la extradición.

En un encuentro con Jorge Luis Ochoa, según Lehder, para analizar los escenarios de la posible extradición, “Escobar sacó a relucir de nuevo su valioso trofeo: nada menos que un expresidente de la república”, en referencia a López Michelsen.

“Decía que se lo había ganado con una carta que le había enviado cuando perdió las elecciones y que López Michelsen le había mandado decir con el Santo (Diego Londoño White) que estaba muy agradecido, y que lo que más le había gustado era la despedida, cuando Pablo se ponía a sus órdenes. Lo recitaba como si fuera el catecismo, pues era su máximo logro en el ámbito político”.

A raíz de estos señalamientos, el libro contiene una “nota del editor” que señala que López Michelsen, en vida, “negó rotundamente” las declaraciones que hizo Lehder para relacionarlo con el cartel de Medellín. Lehder salpicó a López Michelsen a finales de 1991 en el juicio contra el exgeneral panameño Manuel Antonio Noriega. Lehder había señalado que el expresidente liberal había intercedido a favor del cartel de Medellín en una reunión en Cuba en 1984 para resolver una disputa entre el entonces hombre fuerte de Panamá y los narcotraficantes, según una noticia de El Tiempo del 21 de noviembre de 1991, firmada por el periodista Gerardo Reyes.

En ese artículo se reporta que López Michelsen se defendió de las acusaciones de Lehder: “El exmandatario (López Michelsen) explicó que un tribunal de honor examinó las cuentas del Partido Liberal después de las elecciones de dicho año y no encontró dineros inexplicados. También negó que fuera padrino del cartel de Medellín, como lo afirmó Lehder, y calificó de una impostura más el hecho de que había utilizado aviones y helicópteros de los narcotraficantes”.

Sin embargo, Lehder, en su libro, habla de lo que, según él, decía Escobar sobre López Michelsen: “El Viejo López me manda saludos y mensajes casi a diario con el Santo, así que por ese lado, tranquilos”.

Dinero a Santofimio Lehder también detalla los pormenores de un giro de dinero, en la campaña de 1982, al entonces político liberal Alberto Santofimio, quien buscaba reelegirse como senador. El excapo abordó a Santofimio en Armenia, donde hacía proselitismo. Lehder hace primero una anotación: “Debo aclarar que hasta ese momento, en Colombia, los narcos nunca nos habíamos inmiscuido en política y mucho menos habíamos participado en ella, pero ahora los excesos del presidente Turbay Ayala impulsando un tratado que atentaba contra nuestros derechos fundamentales nos obligaban a hacerlo”.


Otros narcos incluso se burlaban del entonces ministro. “Después de varias copas y con gran algarabía, El Mexicano imitaba a Lara Bonilla en la oficina de Pablo. Decía que lo visualizaba con el ‘martillo y los clavos’ en la mano, intentando crucificar a Pablo después de hacerlo caminar el viacrucis desde Medellín hasta la cárcel La Picota de Bogotá”, añade Lehder.

En una nota aparte, el exnarco menciona el controvertido debate en el Congreso que involucró a Lara Bonilla. “Con el escándalo del cheque que supuestamente Lara Bonilla había recibido del narcotraficante Evaristo Porras, Santofimio había logrado manchar la imagen pública, bastante puritana, del ministro. Lo presentó en un debate en el Congreso, mientras yo disfrutaba del dramático alegato desde el palco de los periodistas. Asistí acompañado del poeta Luis Fernando Mejía”.

Lehder relata cómo se enteró del asesinato de Lara Bonilla. «Era el 30 de abril de 1984, tras una intensa jornada de operaciones de carga aérea. Nos encontrábamos cenando junto a Beltrán y Bernardo, hombres en quienes depositábamos nuestra confianza. La oscuridad ya había envuelto el entorno cuando de repente escuchamos un alboroto proveniente de la cocina. Empleadas y el cocinero aparecieron frente a nosotros exclamando:

—¡Asesinaron al ministro de Justicia en Bogotá! ¡Sintonicen Caracol! Otros empleados se sumaron repitiendo la misma noticia. Perplejo, alcancé a decir: —Qué lamentable, eso no nos beneficiará en nada. Beltrán y Bernardo me escucharon y se miraron entre sí. La atmósfera se volvía extraña, ninguno de los tres lograba expresar una emoción clara. Tampoco éramos capaces de dimensionar hasta qué punto este crimen iba a dejar su huella en nuestro destino.

—Es un problema bastante complicado —mencionó finalmente Bernardo después de un breve silencio. Beltrán, frunciendo el ceño, comentó: —Era un agitador y le cobraron caro; esperemos que no estén involucrados narcotraficantes en su muerte».


Después del asesinato del ministro de Justicia, Lehder reflexiona sobre cómo Escobar no fue capaz de anticipar las consecuencias que acarrearía el homicidio de Lara. «Expresé mi opinión de manera clara, argumentando que respaldaba la muerte de alguien que intentaba expulsarnos mediante un tratado que, según mi percepción, era ilegal. Al ser un exfuncionario diplomático, Escobar debería haber estado al tanto de que un tratado respaldado por una ley sin firma presidencial carecía de validez. En el juicio contra Noriega, años más tarde, admití incluso haber felicitado a Pablo por su decisión.

A diferencia de Escobar, yo no opté por declararle la guerra al Estado y a la sociedad. En cambio, decidí refugiarme en la selva al percatarme de la intensificación de la persecución desencadenada por el crimen. En la actualidad, creo que Pablo no supo interpretar la situación correctamente. Debía haber emitido un comunicado explicando las motivaciones detrás de sus acciones. Al no hacerlo, nos dejó a los demás en una posición vulnerable. Estoy convencido de que no evaluó completamente las repercusiones que este crimen iba a acarrear tanto para él como para sus socios».

Lehder dice que Escobar jamás le comentó acerca del crimen de Lara Bonilla. “(…) Debo ser claro en una cosa: Escobar nunca mencionó en mi presencia que existiera un plan para asesinar al ministro Lara Bonilla. Para el Mexicano, para Ochoa y para mí, Lara era una peligrosa figura transitoria, puesto que, como ya nos lo habían informado nuestros entonces amigos de Cali, muy seguramente dentro de unos meses saldría del cargo para ser premiado con el nombramiento como embajador de Colombia en España. Por cierto, se dice que el día después del asesinato, a Belisario Betancur le pusieron en su escritorio los expedientes de la Corte Suprema de Justicia con las solicitudes de extradición ya aprobadas de Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, junto con el mío, y decidió negar las de los dos hermanos”.

No obstante, según la versión de Lehder, un día Pablo Escobar le reveló las razones detrás de la orden de asesinar a Lara, un suceso que quedaría marcado como uno de los más dolorosos en la historia del país. «En una conversación íntima, compartí con él mi sorpresa por no haber sido informado previamente de su decisión de llevar a cabo el crimen. Su respuesta fue categórica: la decisión la había tomado una noche en la que vio a Lara fanfarroneando acerca de la extradición y acusándolo de todos los males. Eso lo enfureció, y en el acto llamó al Chopo y a la Yuca para que pusieran fin a la vida de ese individuo, prometiendo regalar una casa nueva a cada participante en esa misión. Narró que al día siguiente, todos se dirigieron a Bogotá para planificar la ejecución».

En su libro, el exnarcotraficante lamenta el asesinato del entonces ministro de Justicia. «En la actualidad, tras recorrer un significativo tramo de mi propio viaje espiritual dentro del marco de la cristiandad, puedo afirmar con serenidad que repudio y lamentaré siempre las acciones sanguinarias y bárbaras de Escobar, comenzando por el asesinato de Lara Bonilla».

En un capítulo esclarecedor, Lehder comparte pormenores de un encuentro crucial que mantuvo con Manuel Marulanda Vélez, conocido como Tirofijo, quien en ese momento ostentaba el título de máximo comandante de las FARC. Durante esta reunión, el narcotraficante logró sellar un acuerdo relacionado con el narcotráfico. Jacobo Arenas, otro destacado miembro de esa organización terrorista, también estuvo presente en el encuentro.


«Nuestro helicóptero se elevaba sobre la cordillera Oriental, donde se encuentra el páramo de Sumapaz. A bordo, llevábamos a Pajarito, a mí y a dos guerrilleros que nos servían como guías. En uno de los imponentes farallones de la montaña se había establecido el secretariado de las FARC desde hacía varios años. Su sede era el memorable campamento conocido como Casa Verde, el centro de operaciones del legendario líder guerrillero Manuel Marulanda Vélez, alias Tirofijo, y sus compañeros del secretariado. Este campamento se hallaba en una cumbre elevada, bañada por el sol solo al mediodía, ya que permanecía rodeada de nubes o neblina. Aunque su ubicación era de conocimiento público, constituía un mundo rodeado de abismos inaccesibles, solo alcanzable mediante una invitación previa. Allí, en ese entorno remoto, residían los máximos comandantes de la organización subversiva».

Según la narración de Lehder, el encuentro transcurrió de manera afable, y el entonces narcotraficante fue directo al grano al conversar con Tirofijo y Arenas. «Aterrizamos en un terraplén y fuimos guiados hasta el campamento, donde nos presentaron ante los comandantes Tirofijo y Jacobo Arenas. Este último, destacado ideólogo de la organización guerrillera, provenía de la ciudad, a diferencia del campesino Marulanda. Nos recibieron con cordialidad, y a pesar de mis titubeos iniciales, logré enfocarme en el propósito que me llevaba hasta allí. Les expresé que sería breve y que venía exclusivamente para plantearles una negociación financiera. Aceptaron mi intención y prestaron atención mientras exponía mi propuesta en tan solo diez minutos. Posteriormente, sostuvimos una conversación que se extendió por cerca de media hora.

Concluida la audiencia, acordamos reunirnos al día siguiente para finalizar las negociaciones antes de abordar mi helicóptero y regresar a las fincas del río Manacacías. Me asignaron una cama de madera, provista con dos cobijas de lana para combatir el intenso frío de la región. Durante la noche, mientras reposaba, repasé la reciente conversación con aquel famoso y poderoso comandante, quien, como yo, era oriundo del Quindío».


Al final, el acuerdo se selló con las siguientes condiciones, según la versión de Lehder: «Alrededor de las nueve de la mañana, recibí otra llamada para comunicarme la decisión tomada: Marulanda me aceptaba en sus dominios del Vichada. A partir de ese momento, se estableció que debía mantener contacto regular con el comandante del frente 16. En las tierras que adquiriera, se me permitía construir pistas de aterrizaje y operarlas. Mi equipo y yo teníamos la autorización para llevar todas las armas necesarias y tantos radios de comunicación como consideráramos pertinentes, pero debíamos informar al mencionado frente sobre cualquier presencia policial o militar en las cercanías. En cuanto al narcotráfico, acordé pagar a las FARC, en efectivo, el 10 por ciento de todas mis ganancias en el Vichada, el mismo porcentaje que abonaban los cultivadores de plantas de coca y los propietarios de laboratorios. Acepté estos términos como justos y beneficiosos para ambas partes. Sellamos el acuerdo estrechándonos la mano. Agradecido, me despedí y fui escoltado de vuelta hasta el helicóptero».


Esta versión proporcionada por Lehder cobra relevancia, especialmente a la luz de una nota del editor del libro que destaca la negación constante por parte de las FARC de su participación en actividades de narcotráfico.

Lehder compartió con Escobar los detalles de su encuentro con Tirofijo. «(Pablo) también me preguntó acerca de mi acuerdo con Tirofijo. Le informé que el líder guerrillero había cumplido su palabra, y le expuse que el frente de finanzas de las FARC estaba elaborando un plan para construir sus propios laboratorios y obtener mayores beneficios de la coca. De manera irónica, señalé cómo los mismos políticos que nos obligaron a organizarnos contra la extradición terminaron induciendo a la guerrilla a involucrarse en el negocio. Para entonces, muchos comandantes guerrilleros comunistas estaban en proceso de convertirse en acaudalados capitalistas».

Finalmente, en otro segmento del libro, Lehder aborda la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 el 6 de noviembre de 1985, proporcionando una versión polémica que difiere de la narrativa de la Comisión de la Verdad, como señala el editor en una nota. Lehder sostiene que no es cierto que el cartel de Medellín haya financiado la toma.

«Lo que sí puedo afirmar en relación a las numerosas especulaciones que implican a Pablo Escobar, y por ende al cartel de Medellín, en la financiación de la toma es que son versiones infundadas. Ni Pablo Escobar ni yo teníamos conocimiento previo de los planes del M-19 para tomar por asalto el Palacio de Justicia. De hecho, en mi perspectiva, este tipo de operación guerrillera, de asalto y toma de un objetivo, no requiere grandes inversiones de dinero, ya que los guerrilleros armados no reciben salarios ni son contratados como mercenarios.

No obstante, la nota del editor es explícita: «En el año 2010, se publicó el informe final de la Comisión de la Verdad sobre los hechos del Palacio de Justicia, comisionada por la Corte Suprema de Justicia de Colombia. En dicho documento se hace referencia a la estrecha relación existente entre el cartel de Medellín y el M-19, principalmente entre Iván Ospina Marino y Pablo Escobar Gaviria».

El libro de Lehder, publicado por Penguin Random House y actualmente disponible en las principales librerías del país, arroja luz sobre aquellos años de narcoterrorismo que dejaron una profunda marca en Colombia. En sus páginas, se detallan las excentricidades y lujos del protagonista, sus primeros pasos en el mundo del narcotráfico, su aprehensión y posterior extradición. Además, se exploran los alcances del cartel de Medellín en otros países, como Nicaragua y Cuba. Su narrativa de los acontecimientos promete desencadenar un debate apasionado en una nación que no puede permitirse olvidar su historia. Este libro representa el primer paso hacia la prevención de su repetición.